Revenir (2019)
Como la vida misma.
Hablar de REVENIR es hablar de redención, cerrar círculos, al menos eso da a entender la directora Jessica Palud, una mujer ligada al cine de grandes directores como Bernardo Bertolucci o Sofia Coppola, de quienes fue asistente en la dirección de películas tales como The Dreamers (2003) o Marie Antoinette (2006), además de ser hija del gran director Herve Palud, tiene la cinematografia en la sangre, por esto, con su magnífica película Revenir (2019), nos da casi una catedra de exquisitos detalles técnicos, visuales y de desarrollo de personajes. Esos personajes que al principio se presentan casi de forma anónima, de bajo perfil, si grandes pretensiones, pero que, al transcurso de la historia, te vas identificando con cada uno de ellos, es más, buscas alguna semejanza con tu realidad, porque es la idea primaria, sentirte inmerso en el universo de los personajes, hecho que a grosso modo terminas dándote cuenta que el desarrollo de los arquetipos está muy bien condensados.
Jessica Palud, su directora, nos muestra una historia algo lenta, pero bien justificada, en modo de fábula, sin abusar de las anacronías innecesarias, complementando cada simbolismo (Axioma Kuleshov) como si fuera un deber, al que termina con una moraleja visual que es entendible de manera directa, algo que ella aprendió del gran Bertolucci, casi como una clase magistral o un doctorado en cine, perfectamente aplicado en todas y cada una de las escenas de esta película, donde el personaje principal Thomas (Niels Schneider), aparece en su pueblo natal después de estar largo tiempo radicado en Canadá. Se presenta casi como un intruso benefactor, un salvador o redentor de problemas propios, con una vida austera que regresa para devolver la mano de quien le dio de comer y así tratar de solucionar sus dicotomías familiares, con una madre agonizante, una cuñada viuda, un padre que no le habla y una campiña familiar al borde de la quiebra.
El encuentro mas formal se da en el hospital, cuando Thomas llega a ver a su madre, sin esperar una bienvenida cordial, su padre Michel (interpretado por Patrick D’Assumcao), no le da una mirada de felicidad, la tensión puede notarse en la escena, en una habitación oscura, con colores verdes y tenues, que dan la impresión que es la extensión del alma de su rencoroso padre, entonces Thomas no le queda mas que irse, en la motocicleta de su difunto hermano, otra situación que el necesita aclarar y subsanar. Tenemos a un Thomas muy parco, sereno, casi como la comprensión de un Cristo redentor, no demuestra mucho, salvo algunas lagrimas que pasan casi inadvertidos para miradas subjetivas, su calma es casi espiritual, acompañado de un entorno rural muy bien equilibrado, no hay excesos, tampoco llamativos avisos, claramente la idea de la directora es mostrar la soledad con la que todos los personajes han venido llevando durante la película.
Sin duda el alma o elemento más colorido es el pequeño Alex (Roman Coustère Hachez), un niño que no tiene otros pares a su alrededor sin embargo, busca entretención lejos de lo que es la tecnología, o aparatos electrónicos, simplemente su alrededor, que ve en Thomas, su tío, una oportunidad para tener un amigo, alguien con quien jugar, el pequeño personaje actúa como el paria, el gran muro entre la tristeza y la felicidad, donde Thomas se ve maravillado con la grata personalidad de este niño que sin tener acceso a lo que los demás niños de su edad tienen, es feliz con las simplezas de la vida y que el entorno rural le entrega, una gran actuación para un personaje que se ve encerrado en un mundo del cual el no eligió nacer.
La relación de Thomas con Mona (Adele Exarchopoulos) es de un tira y afloja, sabe que es su cuñada y en los inicios se hace notar, no hay una atracción sexual entre ambos, la directora no destaca la sexualidad de ella (como en la película La Vida de Adele), su aspecto mas juvenil a pesar de ser una camarera en un bar de los bajos suburbios, ella aun así aparece tan fresca como el sol de la mañana, Thomas descansa en ella, ambos tratan de sobrellevar la situación como jóvenes que son, como si fuera un día cualquiera, entonces, Mona a pesar de ser mujer y de lo que hoy suele darse en el cine con el “Empoderamiento”, ella sigue siendo por dentro una mujer triste y dependiente, que a pesar de su energía, a veces se le nota agotada y sin ganas de seguir, por lo mismo la llegada de Thomas le da un respiro a su vida, tratando de lidiar con la muerte de su marido, un hijo inquieto y que necesita atención y un trabajo donde gana una miseria y la explotan de sobremanera.
El momento mas solemne de la historia es la llegada de los Olivos, pedidos por la madre de Thomas antes de caer en el hospital, lo que marca el instante de que en algún momento todo se iba a solucionar, quizás el complejo idóneo sacado de todo esto, marca el antes y después, gatillado por la muerte de su madre, el único momento en el que Thomas explota su ira plantando los Olivos el solo y durante toda la noche, luego llega el encuentro sexual con Mona, algo casi aleatorio, un momento siquiera, que supieron mantener en el más profundo secreto.
La directora pudo mostrar en no mas de una hora con trece minutos una historia entendible, sin mayores clichés, apelando al cine de Truffaut o de Chabrol, algo muy común en la escuela de cine francesa, el realismo depurado en esta película hace que termines entregándole el cariño de un niño, que terminas extrañando apenas salen los créditos finales, una obra superflua, sin efectos ni estilosos lugares que nublen la vista propios del cine de hoy, en parte por el buen trabajo de su directora, que logro dar con la ecuación perfecta para una gran historia.
El final queda para ustedes….